Análisis de The Flame in the Flood

Los videojuegos en los que tienes que sobrevivir con escasos recursos no son nada nuevo, pero la cuestión es si alguna vez ha funcionado tan bien esta premisa como lo hace en The Flame in the Flood. Nuestra protagonista es una chica joven, Scout, equipada solo con una pequeña mochila y con la única compañía de su leal perro. Da la sensación de que verdaderamente somos nosotros contra el mundo en esta nueva aventura generada por procedimientos de The Molasses Flood.

Esta historia, principalmente conducida por el jugador y no por una trama guionizada, transcurre en un futuro en ruinas. Estados Unidos ya no es lo que era: ahora es una distopía, un infierno inundado que recuerda a un Fallout 4 ligeramente menos radioactivo. Para sobrevivir tenemos que estar en constante movimiento, y nunca hay suficientes recursos en un mismo lugar para permitirte sobrevivir mientras sigues el curso del río. Hacemos paradas todo el tiempo para encontrar objetos que nos puedan ser de utilidad, y a menudo solo para darnos cuenta de que no tenemos espacio en el inventario para llevarlos todos.

La supervivencia requiere encontrar recursos para luchar contra el hambre, la extenuación, los golpes de calor y la sed; y también tenemos el riesgo de contraer enfermedades o lesionarnos. Si algo de esto ocurre hay que hacerse cargo enseguida, de lo contrario la aventura acabará mucho antes de lo previsto. Pero cargar con agua, comida, un botiquín completo, un lugar donde vivir, ropa y demás es desgraciadamente imposible, y hay que tomar decisiones muy complicadas en cuanto a cómo gestionar el inventario. Debido a esto el juego se convierte en una sombría batalla por la supervivencia que parece auténtica, y las fuertes corrientes del río que empujan nuestra balsa tampoco lo ponen nada fácil, asegurándose de que no tenemos la oportunidad de explorarlo todo. Remar río arriba gasta demasiada energía y a menudo ni siquiera podremos llevarnos lo que encontremos.

Por tanto, no es posible planear nada con antelación: hay que vivir en el momento, intentar sobrevivir aquí y ahora, y nuestro objetivo inmediato será casi siempre llegar vivos al día siguiente. Quizá tendremos que dejar atrás alguna lata de conserva para tener espacio para los recursos necesarios para encender un fuego. Siempre nos tenemos que preguntar qué necesitamos de verdad en cada momento. ¿Quizá madera, o cosas más pequeñas como anzuelos y pedernal? ¿Estamos equipados para sobrevivir al mal tiempo?

Hemos tardado más de una hora en deshacernos del ansia por recogerlo todo, la misma ansia que nos hacía avanzar a paso de tortuga en la serie The Elder Scrolls porque siempre nos llevábamos cosas que quizá nos sirvieran más tarde. La verdad es que duele ver objetos buenos tirados, sabiendo que no podemos llevárnoslos. En este sentido The Flame in the Flood es bastante único; su esencia se reduce a la supervivencia en estado puro.

En estos últimos años han salido muchos juegos geniales basados en sobrevivir a las adversidades, pero la mayoría siguen consistiendo en crear cosas: construir un campamento o incluso una ciudad, conseguir mejor equipamiento y trabajar con la vista puesta en un objetivo definido. Aquí todos esos adornos desaparecen y lo único en lo que nos tenemos que concentrar es en sobrevivir a cada día; la incesante corriente de agua se ha llevado también la comodidad de tener una estructura fija.

En su mayor parte, el diseño de The Flame in the Flood es tan bueno que se podría considerar de primera categoría, sobre todo el estilo visual tan particular que tiene y la soberbia banda sonora americana de Chuck Ragan. Está claro que de este título se ha encargado gente habilidosa, así que no es ninguna sorpresa enterarse de que The Molasses Flood cuenta con veteranos que ya habían trabajado en Halo 2 y Bioshock. El título debut del estudio se lanzó originalmente a través del Acceso Anticipado de Steam, así que ha recibido las opiniones de la comunidad durante todo el proceso hasta el lanzamiento. Por tanto, nos apena mucho decir que el mayor defecto del juego es uno que a todas luces ya se debería haber subsanado: la maraña de menús.

La forma de gestionar tu equipamiento y tus recursos recuerda a la del inventario en los antiguos Resident Evil, y requiere trastear demasiado cuando no haría falta. Hay que hacer malabares constantes para decidir qué llevas tú, qué lleva el perro y qué puedes cargar en la balsa. Y por si eso fuera poco, no siempre está claro cómo se usan algunos objetos, o qué necesitas exactamente (y cuándo), entre otras cosas. Es la misma sensación que la de escribir mensajes largos con el mando para contestar a la gente en Xbox Live. Lleva mucho tiempo, hay que pasar por distintos menús y se hace demasiado pesado. La versión para PC es un poco más fácil, pero por otro lado el sistema de juego en general parece optimizado para mando.

Gracias a la generación procedimental, el mundo del juego parece constantemente inesperado, lo que significa que cada vez que te pases el juego será diferente, aunque el hilo de la historia sea el mismo. Esto es genial en términos de rejugabilidad y siempre es divertido intentar superarse a uno mismo, más que encontrar lo que hay al final del río. En este mundo desolado y postapocalíptico también hay otros supervivientes, muy excéntricos además, con los que tenemos algún que otro encuentro interesante e intercambiamos un par de palabras; pero en esencia es un juego solitario, tú contra el mundo.

Es una pena que los terribles menús y lo complicado de gestionar el inventario sean una mancha en nuestra impresión general de lo que habría sido un clásico moderno. Por suerte, a pesar de sus defectos, The Flame in the Flood es tan bueno que sigue mereciendo la pena invertir en él tu dinero y tu tiempo, cada día de la semana. Es original, interesante, vulnerable, precioso y un juego al que querrás volver a jugar una y otra vez.